Foucault.
Michel Vigilar y Castigarse. Nacimiento
de la prisión. Siglo XXI. México. 1975.
Ficha
Bibliográfica
Disciplina
Los cuerpos dóciles
Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del
cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de
esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al
que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o
cuyas fuerzas se multiplican. El gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito
simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, y el
técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos
militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y
reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo, Dos registros
muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá
de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Dicho
escrito es una reducción materialista del alma y una teoría general de la
educación, en el centro de las cuales domina la noción de "docilidad"
que une al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Es dócil un cuerpo que
puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser trasformado y
perfeccionado. Los famosos autómatas, por su parte, no eran únicamente una
manera de ilustrar el organismo; eran también unos muñecos políticos, unos
modelos reducidos de poder.
No es la primera vez, indudablemente, que el cuerpo constituye el
objeto de intereses tan imperiosos y tan apremiantes; en toda sociedad, el
cuerpo queda prendido en el interior de poderes muy ceñidos, que le imponen
coacciones, interdicciones u obligaciones. Sin embargo, hay varias cosas que
son nuevas en estas técnicas. En primer lugar, la escala del control: no
estamos en el caso de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si
fuera una unidad indisociable, sino de trabajarlo en sus partes, de ejercer
sobre él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la mecánica:
movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesimal sobre el cuerpo
activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o ya no los
elementos significantes de la conducta o el lenguaje del cuerpo, sino la
economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción
sobre las fuerzas más que sobre los
signos; la única ceremonia que importa es la del ejercicio. La modalidad,
implica una coerción ininterrumpida, constante, que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su
resultado y se ejerce según una codificación que retícula con la mayor
aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos. A estos métodos que
permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les
imponen una relación
de docilidad –utilidad, es lo que se puede llamar las "disciplinas". Las
disciplinas han llegado a ser en el transcurso de los siglos XVII y XVIII unas
fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se
fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia
de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo
efecto de utilidad tan grande por lo menos.
Distintas también de la domesticidad,
que es una relación de dominación constante, global, masiva, no analítica,
ilimitada, y establecida bajo la forma de la voluntad singular del amo, su
"capricho". Distintas; del
vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero
lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo a los productos del
trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo
y de las "disciplinas" de tipo monástico, que
tienen por función
garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si bien
implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del
dominio de cada cual sobre su propio cuerpo. EL momento histórico de las disciplinas es el momento en que nace la
formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente
cuanto más útil, y al revés. Fórmase
entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el
cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus
comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo
explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política", que
es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se
puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos
hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas,
según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así
cuerpos sometidos y ejercitados cuerpos
"dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo y disminuye
esas mismas fuerzas. En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte,
hace de este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata
de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría
resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la
explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, la coerción
disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud
aumentada y una dominación acrecentada.
La "invención" de esta nueva
anatomía política se debe entender como una multiplicidad de procesos con
frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que
coinciden, se repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen
según su dominio de aplicación, entran en convergencia y dibujan poco a poco
el diseño de un método general.
No se trata en este texto de hacer la
historia de las diferentes instituciones disciplinarias, sino de señalar en una
serie de ejemplos algunas de las técnicas esenciales que, de una en otra, se
han generalizado más fácilmente.
Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia ínfimas,
pero que tienen su importancia, puesto que definen cierto modo de adscripción
política y detallada del cuerpo, una nueva 'microfísica" del poder; y
puesto que no han cesado desde el siglo XVII de invadir dominios cada vez más
amplios, como si tendieran a cubrir el cuerpo social entero. Pequeños ardides
dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apariencia
inocente, pero en extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a
inconfesables economías o que persiguen coerciones sin grandeza, son ellos, sin
embargo, los que lían provocado la mutación del régimen punitivo en el umbral
de la época contemporánea. Describirlos implicará el estancarse en el detalle y la atención a las minucias:
buscar bajo las menores figuras no un sentido, sino una precaución; situarlos
no sólo en la solidaridad de un funcionamiento, sino en la coherencia de una
táctica. La disciplina es una anatomía política del detalle.
En esta gran tradición de la eminencia del detalle
vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las meticulosidades de la educación
cristiana, de la pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de
encauzamiento de la conducta.
Una observación minuciosa del detalle, y a la vez
una consideración política de estas pequeñas cosas, para el control y la utilización
de los hombres, se abren paso a través de la época clásica, llevando consigo
todo un conjunto de técnicas, todo un corpus de procedimientos y de saber, de
descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha
nacido el hombre del humanismo moderno.
El arte de las distribuciones
La disciplina procede ante todo a la
distribución de los individuos en el espacio. Para ello, emplea varias
técnicas.
- La disciplina exige a veces la clausura, la
especificación de un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre
sí mismo. Lugar protegido de la monotonía disciplinaria. Ha existido el
gran "encierro" de los
vagabundos y de
los indigentes; ha
habido otros más discretos, pero insidiosos y eficaces. Colegios:
el modelo de convento se impone poco a poco; el internado aparece como el
régimen de educación. Cuarteles: es preciso asentar el ejército, masa
vagabunda; impedir el saqueo y las
violencias; aplacar a los habitantes que soportan mal la presencia de las
tropas de paso; evitar los
conflictos con las autoridades civiles; detener las deserciones; controlar los gastos.
- Pero el principio de "clausura" no es ni constante, ni
indispensable, ni suficiente en los aparatos disciplinarios. El espacio
disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o
elementos que repartir hay. Es preciso anular los efectos de las
distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los individuos,
su circulación difusa su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de
antideserción, de antivagabundeo, de antiaglomeración. Se trata de
establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar
a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que
no lo son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual,
apreciarla, sancionarla, medir las cualidades o los méritos.
Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar. La
disciplina organiza un espacio analítico.
- La regla de los emplazamientos funcionales va
poco a poco, en las instituciones disciplinarias, a codificar un espacio
que la arquitectura dejaba en general disponible y dispuesto para varios
usos. Se fijan unos lugares determinados para responder no sólo a la
necesidad de vigilar, de romper las comunicaciones peligrosas, sino
también de crear un espacio útil.
4. En la disciplina, los elementos son
intercambiables puesto que cada uno se define por el lugar que ocupa en una
serie, y por la distancia que lo separa de los otros. La unidad en ella no es,
pues, ni el territorio (unidad de dominación), ni el lugar (unidad de
residencia), sino el rango: el lugar que se ocupa en una clasificación, el
punto donde se cruzan una línea y una columna, el intervalo en una serie de
intervalos que se pueden recorrer unos después de otros. La disciplina, arte
del rango y técnica para la trasformación de las combinaciones. Individualiza
los cuerpos por una localización que no los implanta, pero los distribuye y los
hace circular en un sistema de relaciones.
Después de 1762— el espacio escolar se despliega; la clase se torna
homogénea, ya no está compuesta sino de elementos individuales que vienen a
disponerse los unos al lado de los otros
bajo la mirada del maestro. El "rango", en el siglo XVIII,
comienza a definir la gran forma de distribución de los individuos en el orden
escolar: hileras de alumnos en la clase, los pasillos y los estudios; rango
atribuido a cada uno con motivo de cada tarea y cada prueba, rango que obtiene
de semana en semana, de mes en mes, de
año en año; alineamiento de los grupos de edad unos a continuación de los
otros; sucesión de las materias enseñadas, de las cuestiones tratadas según un
orden de dificultad creciente. Y en este conjunto de alineamientos
obligatorios, cada alumno de acuerdo con su edad, sus adelantos y su conducta,
ocupa ya un orden ya otro; se desplaza sin cesar por esas series de casillas,
las unas, ideales, que marcan una jerarquía del saber o de la capacidad, las
otras que deben traducir materialmente en el espacio de la clase o del colegio
la distribución de los valores o de los méritos. Movimiento perpetuo en el que
los individuos sustituyen unos a otros, en un espacio ritmado por intervalos
alineados.
La organización
de un espacio serial fue una de las grandes mutaciones técnicas de la enseñanza
elemental. Permitió sobrepasar el sistema tradicional (un alumno que trabaja
unos minutos con el maestro, mientras el grupo confuso de los que esperan
permanece ocioso y sin vigilancia). Al asignar lugares individuales, ha hecho
posible el control de cada cual y el trabajo simultáneo de todos. Ha organizado
una nueva economía del tiempo de aprendizaje. Ha hecho funcionar el espacio
escolar como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar,
de recompensar.
Al organizar las "celdas", los
"lugares" y los "rangos", fabrican las disciplinas espacios
complejos: arquitectónicos, funcionales y jerárquicos a la vez. Son unos
espacios que establecen la fijación y permiten la circulación; recortan
segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan lugares e
indican valores; garantizan la obediencia
de los individuos pero también una mejor economía del tiempo y de los gestos. Son
espacios mixtos-reales, ya que rigen la disposición de pabellones, de
salas, de mobiliarios; pero ideales, ya que se proyectan sobre la ordenación de
las caracterizaciones, de las estimaciones, de las jerarquías. La primera
de las grandes operaciones de la disciplina es, pues, la constitución
de "cuadros vivos" que trasforman las multitudes confusas, inútiles
o peligrosas, en multiplicidades ordenadas
El control de la actividad
1. El empleo del tiempo, es una vieja
herencia. Las comunidades monásticas habían sin duda sugerido su modelo
estricto. Rápidamente se difundió. Sus tres grandes procedimientos —establecer
ritmos, obligar a ocupaciones determinadas, regular los ciclos de repetición—
coincidieron muy pronto en los colegios, los talleres y los hospitales. A las
nuevas disciplinas no les ha costado trabajo alojarse en el interior de los
esquemas antiguos; las casas de educación y los establecimientos de asistencia
prolongaban la vida y la regularidad de los conventos, de los que con frecuencia
eran anejos.
- La elaboración temporal del acto. Define una especie de esquema
anatomo-cronológico del comportamiento. El acto queda descompuesto en sus
elementos; la posición del cuerpo, de los miembros, de las articulaciones
se halla definida; a cada movimiento le están asignadas una dirección, una
amplitud, una duración; su orden de sucesión está prescrito. El tiempo
penetra el cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder.
- De donde el establecimiento de correlación
del cuerpo y del gesto. El control disciplinario no consiste
simplemente en enseñar o en imponer una serie de gestos definidos; impone
la mejor relación entre un gesto y la actitud global del cuerpo, que es
su condición de eficacia y de rapidez. En el buen empleo del cuerpo, que
permite un buen empleo del tiempo, nada debe permanecer ocioso o inútil:
todo debe ser llamado a formar el soporte del acto requerido. Un cuerpo
bien disciplinado forma el contexto operatorio del menor gesto. Por
ejemplo el maestro hará conocer a los escolares la postura que deben
adoptar para escribir y la corregirá, ya sea por señas o de otro modo,
cuando se aparten de ella. Un cuerpo
disciplinado es el apoyo de un gesto eficaz.
- La articulación cuerpo-objeto. La
disciplina define cada una de las relaciones que el cuerpo debe mantener
con el objeto que manipula. Entre uno y otro, dibuja aquélla un engranaje
cuidadoso. El poder viene a deslizarse sobre toda la superficie de
contacto entre el cuerpo y el objeto que manipula; los amarra el uno al
otro. Constituye un complejo
cuerpo-arma,
cuerpo-instrumento,
cuerpo-máquina. Se está lo
más lejos posible de aquellas formas de sujeción que no pedían al cuerpo otra cosa que signos o productos, formas de expresión o el resultado del
trabajo. La reglamentación impuesta por el poder es al mismo tiempo la ley
de construcción de la operación. Y así aparece este carácter del poder disciplinario: tiene menos una
función de extracción que de síntesis, menos de extorsión del producto que
de vínculo coercitivo con el aparato de producción.
- La utilización exhaustiva. El principio
que estaba subyacente en el empleo del tiempo en su forma tradicional era
esencialmente "negativo; principio de no ociosidad: está vedado
perder un tiempo contado por Dios y pagado por los hombres; el empleo del
tiempo debía conjurar el peligro de derrocharlo, falta moral y falta de
honradez económica. En cuanto a la disciplina, procura una economía
positiva; plantea el principio de una utilización teóricamente creciente
siempre del tiempo: agotamiento más que empleo; se trata de extraer, del
tiempo, cada vez más instantes disponibles y, de cada instante, cada vez
más fuerzas útiles. Lo cual significa que hay que tratar de intensificar
el uso del menor instante, como si el tiempo, en su mismo
fraccionamiento, fuera inagotable; o como si, al menos, por una
disposición interna cada vez más detallada, pudiera tenderse hacia un
punto ideal en el que el máximo de rapidez va a unirse con el máximo de
eficacia.
El cuerpo, al convertirse en blanco para nuevos
mecanismos del poder, se ofrece a nuevas formas de saber. Cuerpo del ejercicio,
más que de la física especulativa; cuerpo manipulado por la autoridad, más que
atravesado por los espíritus animales; cuerpo del encauzamiento útil y no de
la mecánica racional, pero en el cual, por esto mismo, se anunciará cierto
número de exigencias de naturaleza y de coacciones funcionales.
El cuerpo, al que se pide ser dócil hasta en sus
menores operaciones, opone y muestra las condiciones de funcionamiento propias
de un organismo. El poder disciplinario tiene como correlato una individualidad
no sólo analítica y celular, sino natural y orgánica.
La organización de las génesis
En 1667, el edicto que creaba la manufactura de los Gobelinos preveía
la organización de una escuela. El superintendente del real patrimonio había de
elegir 60 niños becados, confiados durante cierto tiempo a un maestro que les
daría "educación e instrucción", y después colocados como aprendices
con los diferentes maestros tapiceros de la manufactura, los cuales recibían
por ello una indemnización tomada de la beca de los alumnos. Después de seis
años de aprendizaje, cuatro de servicio y una prueba de suficiencia, tenían
derecho a "levantar y abrir establecimiento" en cualquier ciudad del
reino. Se encuentran aquí las características propias del aprendizaje
corporativo: relación de dependencia individual y total a la vez respecto del
maestro; duración estatutaria de la formación que termina por una prueba
calificadora, pero que no se descompone de acuerdo con un programa precioso; intercambio
global entre el maestro que debe dar su saber y el aprendiz que debe aportar
sus servicios, su ayuda y con frecuencia una retribución. La forma de la
servidumbre va mezclada con una transferencia de conocimiento.
La escuela de los Gobelinos no es sino el ejemplo de
un fenómeno importante: el
desarrollo, en la
época clásica, de una nueva técnica para ocuparse del tiempo de
las existencias singulares; para regir
las relaciones del tiempo, de los cuerpos
y de las fuerzas; para asegurar una acumulación de la duración, y para
invertir en provecho o en utilidad siempre acrecentados el movimiento del tiempo que pasa. Las
disciplinas, que analizan el
espacio, que descomponen y recomponen las actividades,
deben ser también comprendidas como aparatos para sumar y capitalizar el
tiempo. Y esto por cuatro procedimientos, que la organización militar muestra con toda claridad.
1. Dividir la duración en segmentos, sucesivos
o paralelos, cada uno de los cuales debe llegar a un término especificado. Por
ejemplo, aislar el tiempo de formación y el periodo de la práctica; no mezclar
la instrucción de los reclutas y el ejercicio de los veteranos; abrir escuelas
militares distintas del servicio armado, reclutar los soldados de profesión desde
la más tierna edad, tomar niños, "hacerlos adoptar por la patria,
educarlos en escuelas particulares; enseñar sucesivamente la posición, luego
la marcha, después el manejo de las armas, tras ello el tiro, y no pasar a una
actividad hasta que la precedente no esté totalmente dominada.
2. Organizar estos trámites de acuerdo con un
esquema analítico. Lo cual supone que la instrucción abandone el principio de
la repetición analógica. En el siglo XVI, el ejercicio militar consistía sobre
todo en simular todo o parte del combate, y en hacer crecer globalmente la
habilidad o la fuerza del soldado; en el siglo XVIII la instrucción del
"manual" sigue el principio de lo "elemental" y no ya de
lo "ejemplar": gestos simples —posición de los dedos, flexión de las
piernas, movimiento de los brazos— que son todo lo más los componentes de
base para las conductas útiles, y que garantizan además una educación general
de la fuerza, de la habilidad, de la docilidad.
3. Finalizar estos segmentos temporales,
fijarles un término marcado por una prueba que tiene por triple función indicar
si el sujeto ha alcanzado el nivel estatutario, garantizar la conformidad de
su aprendizaje con el de los demás y diferenciar las dotes de cada individuo.
4. Disponer series de series; prescribir a cada
una, según su nivel, su antigüedad y su grado, los ejercicios que le convienen;
los ejercicios comunes tienen un papel diferenciador y cada diferencia lleva
consigo ejercicios específicos. Al término de cada serie, comienzan otras,
forman una ramificación, y se subdividen a su vez. De suerte que cada individuo
se encuentra incluido en una serie temporal, que define específicamente su
nivel o su rango. Polifonía disciplinaria de los ejercicios:
Es este tiempo disciplinario el que se
impone poco a poco a la práctica pedagógica, especializando el tiempo de
formación y separándolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio adquirido;
disponiendo diferentes estadios separados los unos de los otros por pruebas
graduales; determinando programas que deben desarrollarse cada uno durante una
fase determinada, y que implican ejercicios dé dificultad creciente;
calificando a los individuos según la manera en que han recorrido estas
series. El tiempo disciplinario ha sustituido el tiempo “iniciático” de la
formación tradicional (tiempo global, controlado únicamente por el maestro,
sancionado por una prueba única), por sus series múltiples y progresivas.
Formase toda una pedagogía analítica, muy minuciosa en su detalle (descompone
hasta en sus elementos más simples la materia de enseñanza, jerarquiza en
grados exageradamente próximos cada fase del progreso) y muy precoz también en
su historia.
La disposición en "serie" de
las actividades sucesivas permite toda una fiscalización de la duración por el
poder: posibilidad de un control detallado y de una intervención puntual en
cada momento del tiempo; posibilidad de caracterizar, y por lo tanto de
utilizar a los individuos según el nivel que tienen en las series que recorren;
posibilidad de acumular el tiempo y la actividad, de volver a encontrarlos,
totalizados, y utilizables en un resultado último, que es la capacidad final de
un individuo. Se recoge la dispersión temporal para hacer de ella un provecho
y se conserva el dominio de una duración que escapa. El poder se articula
directamente sobre el tiempo; asegura su control y garantiza su uso.
Los
procedimientos disciplinarios hacen aparecer un tiempo lineal cuyos momentos se
integran unos a otros, y que se orienta hacia un punto terminal y estable. En
suma, un tiempo "evolutivo". En el mismo momento, las técnicas
administrativas y económicas de control hacían aparecer un tiempo social de
tipo serial, orientado y acumulativo: descubrimiento de una evolución en
términos de "progreso". En cuanto a las técnicas disciplinarias,
hacen emerger series individuales: descubrimiento de una evolución en términos
de "génesis". Progreso de las sociedades, génesis de los individuos,
estos dos grandes "descubrimientos" del siglo XVIII son quizá
correlativos de las nuevas técnicas de poder, y, más precisamente, de una
nueva manera de administrar el tiempo y hacerlo útil, por corte segmentario,
por seriación, por síntesis y totalización. Una macro una microfísica de poder
han permitido, la integración de una dimensión temporal, unitaria, continua,
acumulativa en el ejercicio de los controles y la práctica de las dominaciones.
La historicidad "evolutiva", tal como se constituye entonces está vinculada a un modo de funcionamiento
del poder.
La
composición de fuerzas
La disciplina no es simplemente un arte
de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y de acumular tiempo, sino de
componer unas fuerzas para obtener un aparato eficaz. Esta exigencia se traduce
de diversas maneras.
1. El cuerpo singular se convierte en un
elemento que se puede colocar, mover, articular sobre otros. Su arrojo o su
fuerza no son ya las variables principales que lo definen, sino el lugar que
ocupa, el intervalo que cubre, la regularidad, el orden según los cuales lleva
a cabo sus desplazamientos. El soldado cuyo cuerpo ha sido educado para
funcionar pieza por pieza en operaciones determinadas, debe a su vez constituir
elemento en un mecanismo de otro nivel. Se instruirá primero a los soldados uno
a uno, después de dos en dos, a continuación
en mayor número... Se
observará para el manejo de las armas,
cuando los soldados hayan sido instruidos en él separadamente, de hacérselo
ejecutar de dos en dos, y hacerles
cambiar de lugar alternativamente para que el de la izquierda
aprenda a regular sus movimientos por el de la derecha. El cuerpo se constituye como pieza
de una máquina multi-segmentaria.
2. Piezas
igualmente, las diversas
series cronológicas que la
disciplina debe combinar para formar un tiempo compuesto. El tiempo de los unos
debe ajustarse al tiempo de los otros de manera que la cantidad máxima de
fuerzas pueda ser extraída de cada cual y combinada en un resultado óptimo.
3. Esta combinación cuidadosamente medida de
las fuerzas exige un sistema preciso de mando. Toda la actividad del individuo
disciplinado debe ser ritmada y sostenida por órdenes terminantes cuya eficacia
reposa en la brevedad y la claridad; la orden no tiene que ser explicada, ni
aun formulada; es precisa y basta que provoque el comportamiento deseado. Entre
el maestro que impone la disciplina y aquel que le está sometido, la relación
es de señalización: se trata no de comprender la orden sino de percibir la
señal, de reaccionar al punto, de acuerdo con un código más o menos artificial
establecido de antemano. Situar los cuerpos en un pequeño mundo de señales a
cada una de las cuales está adscrita una respuesta obligada, y una sola:
técnica de la educación que "excluye despóticamente en todo la menor observación
y el más leve murmullo"; el soldado disciplinado "comienza a obedecer
mándesele lo que se le mande; su obediencia es rápida y ciega; la actitud de
indocilidad, el menor titubeo sería un crimen". La educación de los
escolares debe hacerse de la misma manera: pocas palabras, ninguna explicación,
en el límite un silencio total que no será interrumpido más que por señales:
campanas, palmadas, gestos, simple mirada del maestro.
En resumen, puede decirse que la disciplina fabrica a partir de los
cuerpos que controla cuatro tipos de individualidad, o más bien una
individualidad que está dotada de cuatro características: es celular (por el juego de la distribución espacial),
es orgánica (por el cifrado de las actividades), es genética (por la
acumulación del tiempo), es combinatoria
(por la composición de fuerzas).
Y para ello utiliza cuatro grandes
técnicas: construye cuadros; prescribe maniobras; impone ejercicios; en
fin, para garantizar la
combinación de fuerzas,
dispone "tácticas".
La táctica arte de construir, con los
cuerpos localizados, las actividades codificadas y las aptitudes formadas,
unos aparatos donde el producto de
las fuerzas diversas
se encuentra aumentado por su combinación calculada, es sin duda la
forma más elevada de la práctica disciplinaria.
En este saber, los teóricos del
siglo XVIII veían el fundamento general de toda la práctica militar, desde el
control y el ejercicio de los cuerpos individuales hasta la utilización de las
fuerzas específicas de las multiplicidades más complejas.
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